Por Rosa Espinoza/Infosavia
El acompañante, el pasajero lateral de un trayecto tiene sin duda un contrapeso en el camino, es el segundo a bordo, el vigilante, el cuidador de los rumbos. Puede ser la voz cantante o el mejor escucha; si hay mutismo con música de fondo, lo que le resta al copiloto es mirar. Sea a través del parabrisas o la ventana lateral, hay siempre un paisaje. Una pradera, un muro de rocas, la línea recta y curva que marca el rodar de las llantas, el ritmo y la cautela. De frente, la velocidad se muestra a un ritmo diferente que la vista derecha, pues de este lado del trayecto los ojos miran al universo expresarse, desde lo horizontal y lo borroso, cómo la nave se come la distancia sin parsimonia, a paso de correcaminos. La ventana frontal manifiesta el transcurrir de otra forma: es una postal. Con su voz de fronda, los árboles se anticipan a los cerros, ese telón púrpura y tibio en su lectura o lo denso, con un peso definitivo en el encuadre. El kilometraje suena al ritmo del asfalto, mientras el acompañante acata su atención a las señales del camino: pequeñas flores a la orilla del acotamiento saludan con su danza temblorina y las nubes se aposentan frente a tus ojos para dar perspectivas de la infinitud del cielo. Copilotear es un papel gozoso para dar buen fin a la distancia que se interpone entre dos puntos, para terminar una distancia… llegar al destino deseado, ah, esa es una historia diferente…