Carlos Alberto Gutiérrez Aguilar*
A propósito del aniversario número 47 de la Biblioteca Pública Central Estatal de Mexicali –celebrado este domingo 30 de abril–, el momento es propicio para abordar el tema de las bibliotecas en la actualidad, centros culturales cuya existencia se ha estado cuestionando en las últimas décadas, ante el avasallamiento de las modernas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC).
¿Pero realmente, en este siglo XXI, las bibliotecas de cualquier tipo (públicas, escolares, universitarias) ya están de más?
De ninguna manera.
Para empezar, si tomamos en cuenta los bajos niveles de lectura y de comprensión textual que padecemos en nuestro país (Orozco y Pérez, 2021), no podemos omitir la labor de las bibliotecas en la búsqueda de soluciones a esta problemática, considerando que una de las principales funciones de aquellas, cuando atienden al público en general, es, precisamente, “la transformación social a través de la lectura y el acceso libre a la información, la cultura y la educación” (Restrepo, 2020). Por su parte, las de carácter escolar y universitario tienen básicamente el mismo cometido, aunque dirigido a sus respectivas comunidades estudiantiles (Sánchez-García, 2019).
Como consecuencia de esta labor de poner en contacto a los usuarios con la información y facilitar, a la vez, su comprensión, se alcanzan las metas educativas o se avanza más hacia ellas, tal como se ha demostrado de manera reiterada (Duque, 2020). Por lo anterior, en el ámbito escolar se busca que las bibliotecas se transformen en centros de recursos para el aprendizaje, fusionando sus funciones tradicionales con las que conllevan el uso adecuado y eficaz de las TIC (Serna, Rodríguez y Etxaniz, 2017).
Las bibliotecas también son importantes para el desarrollo político, pues, al facilitar a los ciudadanos el acceso a la información, les permiten a estos tener la capacidad de participar en la toma de decisiones de la sociedad a la que pertenecen (Sánchez García y Yubero, 2015). Además, coadyuvan en la reducción de las iniquidades: en Latinoamérica “existen casos particulares en los que se comprobó que la presencia de la biblioteca pública en una comunidad tuvo incidencia directa en la inclusión social de grupos minoritarios en dinámicas comunitarias como juntas de acción local, clubes de lectura y espacios culturales” (Restrepo, 2020).
Como depositarias de acervos bibliográficos –de los que se carece cada vez más en los hogares–, la existencia de las bibliotecas resulta por igual trascendental, si se considera que el aprendizaje en cualquier materia de estudio se logra mayormente con el uso de materiales impresos (Kovač y Van der Weel, 2018). Entonces, si en casa y en el salón de clases se cuenta con insuficientes libros para apoyar los procesos educativos, la biblioteca es la opción más recomendable.
Por otra parte, en los días que corren, no se trata solamente de que estas instituciones ofrezcan a los usuarios equipos de cómputo y conexión de internet, sino de que les proporcionen alfabetización informacional, es decir, que los formen para identificar sus necesidades de información, saber dónde localizar esta y obtener aprendizajes que les permitan tomar decisiones pertinentes (Lobelle y Pérez, 2020).
En todas partes, las bibliotecas revisan su relación con el público en forma continua y se adaptan a los intereses de sus usuarios (Gallo-León, 2015), considerando, incluso, la reciente experiencia del confinamiento a causa del covid-19 (Quispe-Farfán, 2020). No son únicamente almacenes de libros, pero tampoco se han convertido en cafés internet. Pretenden ser sitios en los que sus visitantes encuentren razones para permanecer y a los que quieran regresar.
¿Cómo nos encontramos en este proceso en México? El panorama no es muy halagüeño. Y no precisamente como consecuencia de la pandemia. La crisis en nuestras bibliotecas data de hace años y aún no ha podido remontarse.
De acuerdo con el Atlas de infraestructura y patrimonio cultural de México (Conaculta, 2010), el uso de las bibliotecas públicas del país empezó a decrecer a partir de 2004 y de manera drástica desde 2008. Martínez, Cruz y Martínez (2013) atribuyen este descenso, entre otros factores, al incremento en el uso de las fuentes electrónicas por la población, lo que provocó una disminución de usuarios.
Sobre la utilización de estos espacios, en la misma publicación la dependencia federal registró también que la tercera parte de los mexicanos jamás había acudido a una biblioteca. De quienes sí lo hacían, la mayoría (casi el 70%) contaba entre 15 y 17 años de edad. Y se valía de sus servicios, principalmente, la población de mayores ingresos, en tanto que quienes percibían hasta un salario mínimo asistían a ellas en menor proporción que el promedio nacional (Conaculta, 2010).
Pero este tipo de establecimientos deben hacer frente a problemas adicionales, como: insuficiente cantidad de volúmenes, necesidad de satisfacer los requerimientos de los estudiantes ante la falta de bibliotecas escolares, reducido número de bibliotecarios profesionales, presupuestos limitados (Arellano y Mireles, 2016).
Por su parte, las bibliotecas escolares padecen de escasa presencia a nivel nacional, falta de acervos apropiados para el apoyo a estudiantes y profesores en la labor de enseñanza-aprendizaje, desorganización, a grado tal de que “son pocas las que gozan de reconocimiento por parte de la comunidad educativa en la que están inmersas” (Restrepo, 2020).
¿Y en Baja California? El Plan Estatal de Desarrollo vigente expone: “En el caso de las bibliotecas públicas también se ha identificado que las principales causas de la disminución de usuarios han sido la actual pandemia de SARS-CoV-2 (COVID-19) y el uso que se ha hecho de ellas, el cual se ha orientado esencialmente al resguardo de libros. También se encuentran las brechas en el uso de las nuevas tecnologías, la pandemia y el desinterés por la lectura, así como la constante necesidad de capacitación y formación de bibliotecarios y voluntarios (…)” (Gobierno del Estado de Baja California, 2022).
¿Qué hacemos, pues, con las bibliotecas? Visitarlas. Usarlas. Apoyarlas. Es tanta la importancia de estos recintos de aprendizaje que como sociedad no debemos desdeñarlos. La historia nos ha demostrado que su vitalidad es clave para el desarrollo de una comunidad, de un país.
Referencias:
Arellano, J. y Mireles, C. (2016). Las bibliotecas mexicanas. Una reflexión sobre sus principales características. Cuadernos de Investigaciones de Ciencias de la Información, 1, 165-179. https://scholar.archive.org/work/vdyguxffenfipakm2dznr24n2i/access/wayback/http://108.175.15.213/index.php/cuinci/article/download/13/10
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (2010). Atlas de infraestructura y patrimonio cultural de México 2010. https://sic.gob.mx/atlas2010/atlas2010.pdf
Duque, N. (2020. 1 de diciembre). Biblioteca escolar y calidad educativa: una revisión de la literatura. Acceso, Vol. 1, Nueva época. https://revistas.upr.edu/index.php/acceso/article/view/18443/15872
Gallo-León, J. (2015). La biblioteca es servicio (y en ello está nuestro futuro). El profesional de la información, 24(2), 87-93. http://dx.doi.org/10.3145/epi.2015.mar.01
Gobierno del Estado de Baja California (2022). Plan Estatal de Desarrollo de Baja California 2022-2027. https://www.bajacalifornia.gob.mx/Documentos/coplade/PED%20BC%20Completo%20110522.pdf
Kovač, M., y Van der Weel, A. (2018). La lectura en una era postextual. En M. Kovač y A. Van der Weel (Eds., 2020). Lectura en papel vs. lectura en pantalla (pp. 11-30). Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura y Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe. https://cerlalc.org/wp-content/uploads/2020/04/Cerlalc_Publicaciones_Dosier_Pantalla_vs_Papel_042020.pdf
Lobelle, G., y Pérez, C. (2020). Contribución de las bibliotecas públicas al gobierno abierto desde la alfabetización informacional en Iberoamérica. Revista Publicando, 7(27), 3-9. https://revistapublicando.org/revista/index.php/crv/article/view/2157
Martínez, C., Cruz, G., y Martínez, R. (2013, enero-junio). Un estudio estadístico crítico de los usuarios de las bibliotecas en México: 1990-2010. Crítica Bibliotecológica, 6(1), 41-49. http://eprints.rclis.org/23556/1/c.b.2013.vol.6.no.2_martinez-musi%C3%B1o.pdf
Orozco, M., y Pérez, L. (2021, enero-junio). El triángulo “L” en México: lectura, literatura y literacidad. Sinéctica, 56. DOI: https://doi.org/10.31391/S2007-7033(2021)0056-015
Quispe-Farfán, G. (2020, julio-diciembre). Bibliotecas públicas: contexto, tendencias y modelos. E-Ciencias de la Información, 10(2). http://dx.doi.org/10.15517/eci.v10i2.39695
Restrepo, M. (2020, enero-junio). La biblioteca pública en México: institución social para el fomento de la lectura y el libro. Bibliotecas, 38(1). https://www.revistas.una.ac.cr/index.php/bibliotecas/article/view/13996
Sánchez-García, S. (2019). Lectura y rendimiento académico. Actuaciones desde la biblioteca universitaria. Anuario ThinkEPI, v. 13, e13b03. https://doi.org/10.3145/thinkepi.2019.e13b03
Sánchez-García, S., y Yubero, S. (2015, marzo-abril). Función social de las bibliotecas públicas: nuevos espacios de aprendizaje y de inserción social. El profesional de la información, 24(2), 103-111. https://revista.profesionaldelainformacion.com/index.php/EPI/article/view/epi.2015.mar.03/18803
Serna, M., Rodríguez, A., y Etxaniz, X. (2017). Biblioteca escolar y hábitos lectores en los escolares de Educación Primaria. Ocnos, 16(1), 18-49. doi: http://dx.doi.org/10.18239/ocnos_2017.16.1.1205
*Profesor especializado en Literatura y Lingüística por la UABC y divulgador de la historia local.
gutierrezaguilar.ca@gmail.com